EL MENTIDERO DE LOS COMEDIANTES. ANÉCDOTA 18: EL OFICIO DE CÓMICO EN EL SIGLO DE ORO (PROFESIONALIDAD Y DISPARATES) II

Hola amigos del blog: nortonteatro.blog. Yo soy Nortan Palacio, conocido artísticamente y en el mundo de la Bojiganga como Norton P.

HEME AQUÍ INVESTIGANDO EN NUEVA YORK (2015), PARA MI TESIS DOCTORAL ACERCA DEL TEATRO DE FRANCISCO DE QUEVEDO

EL MENTIDERO DE LOS COMEDIANTES

Viernes 10 de septiembre 2021

ANÉCDOTA 18: EL OFICIO DE CÓMICO EN EL SIGLO DE ORO (PROFESIONALIDAD Y DISPARATES) PARTE II

Uno de los motivos por la que subtitulé a esta anécdota: profesionalización y disparates se debe a que es disparatada la consideración social de los cómicos y cómicas en ese convulso mundo del Siglo de Oro Español: amor-odio/ rechazo-necesidad/ miedo-deseo. Pero es que todo en ese Barroco era así:  lleno de claroscuros, paradojas, contradicciones, belleza y fealdad conjugadas; en mis palabras: disparates. Aunque disparates que dieron a la luz verdaderas genialidades artísticas en mitad de una sociedad, que era imperial a ojos de los demás pueblos del mundo; pero que veía cómo sus habitantes casi morían de hambre o inanición.

Vamos a repasar un poco esas paradojas entre los distintos grupos o estamentos de esa sociedad, en su manera de relacionarse con estos profesionales; empezando desde el nivel más bajo para llegar hasta la cima de la pirámide.

En el caso del vulgo, el populacho o la gente común; la doble moral se observaba en su consideración: de puertas para fuera lo consideraban un oficio execrable. Una cómica era casi peor vista que una prostituta (ya comentamos que solo se les permitía actuar si eran hijas de o estaban casadas con un cómico) y a los varones se los tachaba de rufianes o jaques (es decir, los que vivían de sus marcas o prostitutas): aunque luego no había manera de contener a las mujeres en las cazuelas ni a los hombres en el Patio de los Mosqueteros cuando estaban viendo una comedia. Ellas se sentían identificadas con los personajes de mujeres fuertes y empoderadas que los autores escribían (y que no tenía nada que ver con la realidad de una mujer de esa época), pero como además se tenía el convencimiento de que lo que pasaba en escena era real, ellas creían que esas actrices llevaban una vida de mujeres, ya lo dijimos, fuertes y empoderadas. Los hombres iban más a esa parte de la sensualidad que despertaban las actrices ya que eran en el escenario más lanzadas en la muestra de deseos, sentimientos, venganzas y enredos (tipología de mujeres que ellos no podían ver en sus casas, calles o iglesias) y además, cuando salían vestidas de hombres despertaban el erotismo a raudales. 

En las grandes ciudades y en la Corte, se los denostaba por igual a ellas y a ellos en conversaciones de tabernas o familiares, pero luego bien que iban (sobre todo los hombres a ver a las actrices) a los mentideros o a la salida de las iglesias para verlas de cerca (no existían programas ni revistas de famosos). 

En los pueblos y Villas era aún peor (mentalidades más conservadoras); a las compañías que iban de gira, antes de conseguir el permiso para representar y demostrar que eran gente de bien, se los obligaba a acampar a una legua del pueblo, por lo que se dieron en llamar Cómicos de la Legua. Pero luego cuando estaban en la escena representando, los sentimientos y deseos eran casi más palpables que en las grandes ciudades.

Se tiene noticia de que era imposible que un actor (mucho menos una actriz) tuviese alguna escena en el patio o en los corredores, o que subiera al escenario andando desde el zaguán. Se dice que, literalmente, se los podían comer. Algunas entradas sorpresivas desde fuera se llegaban a hacer volando por encima de las cabezas de los espectadores, colgados de una maroma o también se daban casos de una actriz entrando a caballo desde el patio. El factor sorpresa y lo fugaz del momento evitaba que hubiese peligro. Aunque el griterío y la rechifla eran monumentales. 

Por parte de los nobles, la consideración oficial (públicamente) era similar a la del vulgo: no era un oficio honrado.  Pero oficiosamente gozaban de más ventajas ya que tenían dinero y poder. Así pues, los nobles podían ir a los Corrales a ver las Comedias sin que se supiera, ya que alquilaban o compraban los aposentos, desde los cuales las celosías no les permitían ser vistos, pero si les permitían ver; entonces se podían dar el lujo de decir que no les gustaba el oficio de los cómicos y nadie podría recriminarles que tuviesen la doble moral de decir esto y luego ir a la comedia. Pero, además, contaban con que las entradas a aquellos aposentos la hacían por pasadizos traseros (no se mezclaban con el vulgo ni para entrar) aunque, sospechosamente, esos corredores pasaban muy cerca de los vestuarios de las cómicas. Además su economía les permitía contratar a las compañías, para que, una vez terminada la función del Corral la representaran en alguno de sus palacios para agasajar a sus amigos (otros nobles) y a sí mismos, con los cómicos y, sobre todo las cómicas.

La siguiente escala en la pirámide del poder la ocupaban los religiosos. Muchos eran los clérigos que rabiaban por la consideración de los cómicos, aunque algunos los toleraban y otros, en cambio, los defendían. Debe recordarse que del dinero de las funciones en los Corrales -que no era moco de pavo- se iba buena parte a socorrer a los hospitales y a algunas cofradías. Además estaba el tema de las representaciones de Autos Sacramenales por los días del Corpus, que servían a la iglesia para el adoctrinamiento religioso y continuar con la importancia de la contrarreforma. 

Pero los cómicos debían enfrentarse a creencias muy arraigadas; como que tenían muchas  almas o que no tenían ninguna, por esa capacidad que tenían de transfigurar su carácter de un personaje a otro; también se decía que estaban hechizados o poseídos y por tanto se arriesgaban a no ser enterrados en sagrado, prohibición que recorrió gran parte de ese Siglo de Oro.

En el libro de Emilio Cotarelo y Mori: Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, recoge muchos sermones, epístolas y tratados de religiosos en contra, a favor y proponiendo cambios acerca de las representaciones y el oficio de cómico. Pero, sobre todo, lo que pudo recoger iba atacando el oficio. Abriendo este libro solo por una página te puedes encontrar algunos pasajes que recogen cosas como:

«Los actores y actrices de estas insolencias, son una gente infame por todos derechos, excomulgados, indignos de los sacramentos la hez de los pueblos»

«Para representar al vivo una pasión es menester antes fomentarla en sí mismo. Por esto los farsantes son y han sido siempre gentes de costumbres estragadas, cuya infección infunden por doquiera que van y a todos aquellos con quienes se juntan>

Para intentar frenar tal inquina y congraciarse con la iglesia y con la sociedad a la que ayudaban con su contribución; los cómicos también se unieron para crear un gremio en el que asociarse: La Cofradía de Nuestra Señora de la Novena, a comienzos de la década de 1630 (el oficio teatral en España como profesión se había establecido en 1540). Las constituciones de la cofradía que se aprobaron en 1634 tenían una doble intención; por una parte, el Estado podría controlar a los actores, mientras que los actores tenían una asociación en la que reconocerse y con la que dignificar su profesión. También cabe destacar que, al ser una organización al servicio de la iglesia católica, los actores podían revalorizarse moralmente. Pero el enfrentamiento nunca acabaría. 

En la cumbre del poder estaba la Familia Real, que como hemos ido diciendo en anécdotas anteriores; los Austrias eran seguidores incondicionales del teatro, pero que, dejados llevar por los consejos de los clérigos, tenían que guardar muchas más formas de las que les gustaba y muchas veces se veían obligados a decretar prohibiciones para con el teatro. Pero siempre reaparecía ese regusto real que les llevaba a contratar compañías para fiestas reales en sus palacios, a construir teatros exprofeso en sus dependencias, a dejarse seducir por cómicos y cómicas (ya fuera por su oficio teatral o particular) y a defender a algunos con unas pasiones de amor odio como las que hemos contado acerca de Felipe IV y La Calderona en lo personal o la de Mariana de Austria y Juan Rana en lo profesional (que desarrollaremos en otra anécdota).  

Por todo esto debemos decir que la fascinación que los cómicos despertaban, y despiertan, han hecho que a pesar de todas los obstáculos siempre hayan sido siempre un gremio, además de odiado y temido, digno de desear, envidiar, amar y admirar.   

Publicado por nortonteatro

Soy Actor, dramaturgo, docente de teatro, filólogo, y doctor en investigación literaria y teatral con una tesis doctoral titulada: El teatro de Quevedo (una aproximación pragmática). Fui miembro fundador de la Compañía Corrales de Comedias Teatro en 1994 y he trabajado con ésta en el corral de Comedias de Almagro por más de 25 años; pertenezco al comité artístico de la Fundación Teatro Corral de Comedias; organizo el Festival de Autos Sacraméntales FAUS; estoy especializado en realizar versiones de entremeses de Cervantes y Quevedo y en escribir piezas breves de carácter barroco (casi todo en verso) para acompañar algunos espectáculos de la compañía: como la Loa al Teatro Breve, Loa a los entremeses de Cervantes, Loa al Auto Sacramental La Hidalga del Valle de Calderón de la Barca, Loa al Carro de los Cómicos o la Mojiganga para el Auto Sacramental El labrador de la Mancha de Lope de Vega.

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